El pharmacon que regula la escritura de
Felipe Ruiz
Pablo Lacroix
Una
de las citas que aparecen en el libro La
poesía no es personal (Extractos de entrevistas de Gonzalo Millán),
publicado el 2012 por Alquimia Ediciones, habla del acto saludable y a la vez
enfermizo que significa la escritura, en especial la palabra en su uso o desuso;
“La palabra es para mí un pharmacon,
un humor venoso y a la vez una vacuna, enfermedad y salud” (17). Sin embargo,
también plantea la regulación que el sujeto/escritor realiza al momento de
concretar este proceso, vale decir, asumir el riesgo, entender el beneficio y
reconocer que en cada palabra existen ambas caras; lo saludable y lo enfermizo.
Cerrando esta idea con otra cita de Millán, podemos establecer que bajo estos
indicios “los poetas [o más bien los escritores] somos unos leprosos” (26),
unos seres infectos, contaminados por la palabra, su poder y el doble filo que
significa la acción del verbo.
La obra poética de Felipe Ruiz trabaja
bastante la relación de la palabra con los parámetros saludables y
contaminantes de la escritura, en especial, porque sitúa la creación de mundos
muy cerca (o posiblemente en la misma línea) de los grados de intimidad. La
palabra, como ese gusano que escarba, engulle y vomita todo lo interior y lo
sitúa en el papel, el uso sintético del verso, la distribución de las formas y
los espacios (gesto de vanguardia), la conformación de imágenes fragmentadas,
la manifestación del entorno, la presencia de la familia y la proyección del espacio,
son argumentos que dan a entender a grandes rasgos su estilo; una poética que
se abre a la dualidad y que intimida siendo íntima. La escritura libera pero
también delimita el encierro, la obra de Felipe se encierra y expande en cada
página.
Cobijo o
el abandono en la unión
Publicado
por Lom Ediciones (2005), Cobijo plantea
la relación del hablante lírico con el nacimiento de un nuevo ser, en este caso
un hijo, pero también reflexiona sobre el espacio donde se vive. La relación
familiar y las estructuras que lo rodean son una constante, como un tópico común
que se aprecia en gran parte de su obra. En Cobijo
el espacio se desarrolla como un lugar cerrado, pequeño, hacinado, que está en
uso pero bajo condiciones precarias, como un abandono o sector para
abandonados, un lugar en que la soledad acrecienta la unión.
Vivimos en
una micro
viajando por mala vía [22]
Al acercarnos a los planos culturales o
a esta “soledad que une y desune” mediante las relaciones sociales, observamos
que ahí se sitúa la crítica. Los niveles y cánones socio-sociales que definen
nuestro país aparecen implícitamente, reconociendo diversos estilos de vida, hablando
desde lo precario, del amor y ese deseo de proteger que solo aparece cuando el
entorno te transforma en un sujeto vulnerable. Además, la pequeñez del infante,
de ese niño que acaba de nacer, también es importante para este propósito. Ese
niño en la obra refleja aquello que aún no ha sido contaminado, aquello que no
posee (aún) nuestros vicios y por lo tanto, se describe con la esperanza fija
en que pueda de alguna u otra forma vivir una nueva condición; lo saludable.
pero mi bebé ve mover
el cielo
la tierra bajo sus pies
no sabe
si duerme o muere
porque apenas distingue
la vida
apenas
el vino de la leche [41]
nadie es bien dejado
nadie bienaventurado
porque el hambre
tiene sus platos servidos
nadie es
ni el que respira
ni el que deja [50]
Cobijo de este modo, refleja
la condición actual de la pobreza y lo difícil que se torna la nueva vida en un
mundo donde apenas se puede vivir. Posee una escritura vanguardista, apelando a
la fragmentación tanto del espacio en la hoja como de la estructura interna de
los poemas. Se aprecia además la carencia de títulos, a excepción de los
macrotitulares I, II y III, que parecen más bien capítulos. Al parecer, todo
escrito representa pequeñas piezas que constituyen grandes poemas, lo que
otorga a la obra un sentido especial; habla de un proceso y una construcción
continua.
Fosa
común y el peso social de vivir en Chile
El amor
que mataste
No te vaya a llorar
en mi cama duermen cruzados cadáveres helados en mi cara los pies [10]
Cuando
leemos el título Fosa Común resulta
extremadamente difícil no pensar en el pasado traumático que significa el Chile
de la dictadura. Un momento tan asqueroso como aquel no puede ser olvidado y
cualquier término, concepto o conjunto de palabras que aludan a este periodo
serán un anzuelo inevitable de morder. En este libro, publicado el año 2009 por
Editorial Fuga, el dolor repercute en cada hoja, en cada verso, instalando
nuevamente la situación familiar, el grado de importancia que significa los
parientes más cercanos que en este caso, quizás en contraposición a Cobijo, están embalsamados por el dolor
y la soledad.
Transito por el parque de noche y siento el
dolor de los árboles [14]
Acertadamente Anita Montrosis, poeta
chile y contemporánea de Felipe, escribió que “si bien es cierto Felipe Ruiz en
su segundo libro Arquero (Editorial
Fuga 2008) nos había enseñado que la tragedia es una experiencia enriquecedora,
donde el lenguaje se arriesga hasta dejarnos vulnerables, así como se arriesga
ahora Ruiz en una poética híbrida y profunda […] El hablante se encumbra agudo
para recurrir a las respuestas, se interroga y se retuerce en aquellas
preguntas que giran en una actualidad en decadencia, en una actualidad
inconclusa que duele, porque duele ser parte de la misma fosa”. Felipe en Fosa común nos propone que el trauma es también
una vía para la escritura. Nos plantea que la relación con el padre, la madre y
el hijo no siempre es beneficiosa y en muchos momentos resulta contaminante. La
escritura para este proceso de expresión del conflicto actúa como cura y
enfermedad a la vez.
La palabra que libera y enferma en Magnolia
El manicomio de mi vida queda en la oficina diminuta
del curador [12]
Retomando
la cita de Gonzalo Millán, la palabra entendida como ese pharmacon, como ese veneno que también es la medicina del espíritu,
representa totalmente a la última obra de Felipe Ruiz, Magnolia, libro de poemas publicado por Ajiaco ediciones el año
2012. En este libro, el autor construye nuevamente un hablante lírico que
cohabita con sus experiencias dolorosas, con el espacio cotidiano, la intimidad
y la relación con la familia. Al igual que en Fosa común, los grados de dolor son tremendos, solo que en esta
ocasión no aparecen de manera directa; el sufrimiento es silencioso, constante,
pronunciado a escondidas, pero repercute monstruosamente en el total de la
obra.
confundida en tu nuca ella
reparte la baraja
y dice: “este es el ahorcado”
y hecha a correr la suerte [14]
Lo nuevo quizás, si lo comparamos
con toda la escritura de Felipe, es la presencia de imágenes cargadas de un
valor místico, como esas cartas del tarot que aparecen en varios sectores de Magnolia. Son cartas que barajan una
búsqueda interna, una lucha con los símbolos, una preocupación por el futuro,
un deseo de proyección. Junto a esto, aparece una cierta estética surrealista,
como un viaje dentro de un viaje, lo que me recuerda algunos versos el poeta
Eduardo Anguita, versos que en cierto modo caracterizan gran parte de la
estética de Ruiz; “Las lágrimas son blandas. El llanto es duro. / La mano es
una nube. Cae en cada caricia. / Lo real no es la voz. Es el verbo. / El objeto
desaparece. El nombre queda. / Tú todavía no estás. Yo todavía no estoy. / ¡Ay!
¡Cuándo estaremos!”. Felipe Ruiz con Magnolia
pregunta dónde están, dónde estamos, qué somos y seremos, lo que sorprende.
Prenatal
en mi sueño
Embrionario
somos otro sueño
De un óvulo
Gigantesco [19]
En lo hondo de este amor me pertenezco aún,
De magno a magnolia, de magnolio a hoja,
Incluso allí acaso, las piedras en los ojos, son tuyas
Para sepultar el dolor. [43]
El poeta es un leproso y todo leproso
necesita tratamiento. El leproso, como un ser enfermo, necesita la cura para
que le extirpe o lo libere del dolor. Gonzalo Millán en su comentario está en
lo correcto y Felipe Ruiz con su escritura apoya el enunciado. La escritura de Cobijo, Fosa Común y Magnolia utilizan la palabra como un
método de rescate, como un alivio del trauma, lo cual también acerca el dolor
hacia el sujeto creador. El pharmacon
verbal en este caso actúa como toxina y morphina,
bajo una escritura sincera, íntima y delicada.
Recuerdo una conversación breve con
Felipe por el chat de Facebook. Hablamos de nuestros libros, pero en especial
hablamos de la relación entre escritura y trauma, más la cercanía entre lo
escrito, lo vivido y la posibilidad inmediata de aliviar la experiencia
traumática mediante la acción del verbo. En ese momento Felipe fue bastante
claro; “ah sí, el tema es un trauma. Claro que es complicado. Pero la poesía es
casi siempre traumática”. Es ahí que el conflicto mayor de escribir es
escribirse, rasgar en la llaga o como escribió Paul Celan; “algo sobrevivió en
medio de las ruinas. Algo accesible y cercano: el lenguaje”, aquel que nos
ayuda a liberar “esas” tensiones.
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Referencias
Anguita,
Eduardo (1984). El poliedro y el mar. Santiago, Chile. Editorial
Universitaria.
Arroyo
Gonzalez, Guido (2012). La poesía no es personal (Extractos de entrevistas de
Gonzalo Millán). Santiago, Chile. Alquimia ediciones.
Ruiz,
Felipe (2005), Cobijo. Santiago, Chile, Lom ediciones.
- - (2009),
Fosa común. Santiago, Chile. Editorial Fuga.
-
(2012),
Magnolia. Santiago, Chile. Ajiaco ediciones.