La virgen ya no susurra esperanza a los vivos
Sobre el poemario La virgen de las antenas
Autora Begoña Ugalde
Editorial Cuneta, 2011
Louis-Marie Grignon de
Montfort nació en Francia el 31 de Enero de 1673. Fue un teólogo, sacerdote y
escritor cuya obra más famosa es el Tratado de la verdadera devoción a la
Santísima Virgen, escrito fundamental dentro de la doctrina que estudia y
rinde culto a la Virgen María, la Mariología. Begoña Ugalde nació en Chile el
año 1984. Es escritora, licenciada en Literatura
Hispánica en la universidad de Chile y Diplomada en Escritura Audiovisual en la
Universidad Católica. El año 2011 publicó un libro de poemas por la Editorial
Cuneta, La virgen de las antenas.
Ugalde fue Becada en la Fundación Neruda y el francés fue canonizado
por el Padre Pio XII. Ugalde en el 2008 recibió mención Honrosa en el concurso
Stella Corvalán y el francés fue honrado y beatificado en el año 1888. Entre
ambos escritores no hay mucho en común, pero hay algo. Los lazos de unión no se
conforman por su historial de vida ni por sus “premios”, el lazo surge por otro
aspecto y es que ambos escribieron sobre religión mediante el imaginario de la
Virgen, escritura que no por tratar el mismo tema debe necesariamente ser abordada
del mismo modo. Es así como estos autores construyen obra desde diferentes
focos; uno desde lo divino y el otro desde lo terreno.
En el
tratado de Louis-Marie Grignon de
Montfort la
Virgen es un ser puro, divino y perfecto; “La
vida de María fue oculta. Por ello, el Espíritu Santo y la Iglesia la llaman
alma mater. Madre oculta y escondida. Su humildad fue tan grande que no hubo
para Ella anhelo más firme y constante que el de ocultarse a sí misma y a todas
las creaturas, para ser conocida solamente de Dios”. En el libro de Ugalde en cambio, la Virgen es
un personaje lejano. Hay una voz lírica denunciante y corpórea, instalada
desde un yo que se aleja de la imagen de “María”. Es una madre, pero también
una joven mujer que cobijada en sí misma acciona su temple para dialogar con lo
íntimo, lo religioso y el resto de creaturas que conforman la vida. “Hoy fuimos
con mis compañeras nuevas al funeral. Yo salí un poco antes de que terminara la
misa porque me mareó el olor a flores que se concentró en la iglesia”.
La obra de Ugalde aborda
lo místico desde la intimidad, creando un puente sobre un mar de revelaciones que germinan
en el último poema. El hablante lírico es un ser femenino cuyo discurso batalla
contra el cuerpo, su espíritu y ese sentimiento desgarrador al sentirse blasfema.
La virgen de las antenas es un viaje,
un viaje que enuncia la transformación de una mujer que se dirige a esas
imágenes religiosas que por tantos años devoraron sus ojos, para luego perderles
el respeto y reconocer que ha perdido la fe. “Luego de recibir la hostia con
ansias / apretarla con mi lengua contra el paladar / y tragar despacio / pensé
que el cuerpo de Cristo era demasiado insípido / para tantos años de espera”.
“No aprendo los mandamientos, / me saco malas
notas en religión, / no me gustan las parábolas”. El sujeto lírico es un
rechazo a lo religioso que a la vez se traduce a una vida dominada (o al menos
rodeada) por la creencia. “Aguanté el llanto sin saber a qué rezar. / Entendí
que debía esperar callada el fin de la misa”. La virgen de las antenas es un texto-proceso, una vida que con el
paso de los años toma consciencia de su metamorfosis, dejando de lado la
cristiandad, la primera comunión, la confesión litúrgica, el temor a Dios y los
estatutos del buen cristiano.
“El problema de la Virgen es que la iluminan /antenas
/con unas luces rojas que asustan. / El problema de la Virgen es que se acerca
/ demasiado pálida / a tocar mi puerta una noche / y sin olor”. No es que se
desprecie la adoración, lo que ocurre es que esta voz se aprecia. Y aprecia su
cuerpo, sus cambios (el nacimiento de un hijo), como también la borrachera de
la noche anterior, el rezo inconsciente al momento de sentir peligro o el lacrimoso
llamado por teléfono a la madre. Se confiesa en cada verso y a la vez intenta exterminar
su relación con lo divino, lazo histórico que la transforma irremediablemente en
portadora de dolor. Luego de leer la obra, es inevitable pensar que el agente protagónico concibe a la virgen como un ser inmaculado y lejano, jamás una compañera, jamás una compañía. “Te pedí virgencita / que no soltaras mi mano / que me
dieras de tu agua bendita / para calmar esta sed. / Que si no voy a tomarme un
resto, / deshacerme en ruedos, / romperme en ruido”.
Esta obra propone un conflicto absolutamente universal y contemporáneo; la crisis actual de la
experiencia religiosa. Y bajo esta noción, Begoña Ugalde publica una obra
importante. Tal como aluden sus versos, las figuras religiosas ya no son
dulces, ya no alientan el corazón de hombres y mujeres atorados de esperanza. Ya
no es –como escribió Louis-Marie Grignon de Montfort– “mirar a
María como el modelo acabado de toda virtud y perfección, formado por el
Espíritu Santo en una pura creatura”, sino al contrario, ahora María es una mujer fría,
lejana, como un mármol congelado por la soledad del mundo.
En la época del teólogo francés la imagen
religiosa era un símbolo de poder y devoción significativo para la mayoría de
la sociedad. En la actualidad en cambio, ya no existen tales devociones. Ahora
el culto a la imagen resulta un misterio venenoso, una esperanza pálida, una fe
confundida o una realidad de muy pocos, lo que es producto de una experiencia
de vida tediosa y desconcertante que aturde la vista, empaña la memoria y
destroza la voluntad ¿Cómo pedirle cobijo a una escultura si tan cerca del
hombro hay manos que destrozan? ¿Acaso el hablante lírico de La virgen de las antenas no sufre este
problema?
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